jueves, 25 de noviembre de 2010

Aterciopelada

That cat’s something I can’t explain
—Pink Floyd, Lucifer Sam

Mallory pasea corcholatas por toda la casa, a sus cientocinco años es dueña de una agilidad que ya quisieran chitas, aunque su pelaje es negro como pantera, sus ojos casi encabronados y verdes como flema gripienta, no ronronea tanto como en su juventud pero si maulla tímidamente, sobre todo al entrar furtiva a mi habitación diciendo: “mmmraaawww, te traje esta corcholata”, y es así que Mallory no sabe de métrica u onomatopeyas y sin embargo es poesía tersa, en cuatro patas, que suelta pelos a lo pendejo, cual debe ser para todo felino que se precie de serlo. Ella juguetea, la lanza de un lado a otro para imprimirle vida a la corcholata antes de venir a obsequiártela como diciendo “acaríciame”, “juega conmigo”, “he aquí parte de mí”, y uno no puede más que agarrarla, la corcholata, aún húmeda de su saliva gatuna, y decir “gracias, me has hecho el día”. Por eso si roba las cenizas de mi pipa o mordisquea la esquina de mi colchón o desacomoda mis camisas uno no hace más que quererla un poco más por ser ella, fiel a su naturaleza felina y pacheca, de ahí que la corcholata represente tanto para quien pasa sus días postrado a una silla mientras aguarda el sentido íntimo de las cosas a manera de epifanía. Seguro lo percibe y por ello de un salto ya está aquí postrada en mi regazo frotando sus comisuras contra la orilla del teclado, extasiada al olfatear mis inmundicias. Después de eso no queda más que tomarla firme pero cariñosamente con ambas manos, guardar la corcholata junto a las otras quince y besarla en el hocico.

1 comentario:

jhdhf dijo...

Me encantó, tiene la cadencia de un gato y la tersura del pelaje